lunes, 2 de enero de 2012

UN MES Y MEDIO SIN SEXO

Por Teresa Campano.

“¡Llevo un mes y medio sin sexo!” pensé ayer un poquitín afligida. Claro si terminé hace un mes y veinte días. ¿Qué hago? ¿Es trágico, cierto?  ¿Y si comienzo a fumar más de la cuenta? ¿Y si compro dulces de menta? ¿Y si voy a cursos de abstinencia? ¿Y si hago una terapia de shock en donde vea sólo imágenes del miembro viril hasta odiar a los hombres?  I’m so sad. Tal vez me olvide o sienta que no hacerlo es bueno para el cutis.  Tal vez piense que estuvo bien terminar la relación. Pero ayer quería sacar mi cabeza por la ventana y llorar.
Aunque no sé si es porque mi amiga vaginita está sola o porque yo y mi corazón estamos solos y nadie nos quiere. Yo creo que es una mezcla  de carencia afectiva y sexual. En el fondo mi pena es porque distintas partes de mi cuerpito están solas y quieren sexo y cariño y eso no se compra a la vuelta de la esquina. Un amante lindo y cariñoso no es fácil de encontrar.
¿Cómo se hace cuando después de tener “actividad” con una cierta regularidad una se queda sin pan ni pedazo? ¿Se deja de tomar las pastillas, por ejemplo? ¿O sigo tomando por si cae algo? Lo primero fue pensar por qué dejé ir a ese muchacho. 
Sentí que no era atractiva, que debía hacer ejercicios para verme mina, que no me desean por histérica, que Penélope Cruz y Scarlet Johansson son unas estúpidas. De hecho el otro día soñé que caminaba por un pasillo lleno de telarañas. Horrible traición de mi inconciente. Ahora le creo a la parasicóloga del matinal y en su libro “Sueños”.
Y pensé en salir más, en ir a fiestas para conocer gente. De hecho ya había hecho el ridículo hace dos años cuando estaba tan sola, triste y abandonada que en un crudo invierno me puse un abrigo y un sombrero, bien disfrazada y absurda, y fui a ver un rotativo al centro a ver soft porn. Nada grato. Patética es mi nombre. Terminé haciendo una semi entrevista a la acomodadora de cine, preguntándole si la joteaban demasiado esos viejos espantosos.  Entonces pensé en otra solución y me animé para ir a un sex shop por algo que calmaría mi síntoma de abstinencia: un vibrador.
Entré súper decidida,  al más puro estilo soy súper mina y si compro un vibrador es por opción, no por necesidad.  Pero el vendedor parecido a Fulvio Rossi, sacó ocho tipos de vibrador ¡Ocho! ¡Ocho! Largos, coloridos, con forma de pistola, ¡con forma de nave espacial!
-¿Pero cuál será mejor?–le pregunté.
-Es que no sé pa’ qué lo querí–dijo.
-Es que me habían dicho que existían unos que vibraban en el interior y por fuera. No sé…si me entiendes…
-Ah, claro son los que buscan la excitación clitorial. Era rápido y conocía su negocio.
-Mmm-le dije.
-No tengo esos, una vez me llegaron de España. Pero tengo uno que te puede servir–dijo-. Y  sacó uno amarillo que tenía forma de patito. ¡Un patito de goma!

-
Pero esto es un juguete para niños –pensé full decepcionada.
-Te va a gustar- me dijo. Y calladita me lo llevé. Ahora, era bello, pero cómo lo ocupo.
Mi tamaño es normal, reflexioné en el camino.
Claro en la noche pude apreciar su utilidad, era como un juguete que “te acompañaba”. No era necesario hacer nada más, esa era su gracia, vibrar donde una quisiera que vibrara. Además era tierno. Me miraba con pena. Como una mascotita que disminuye tu sensación de soledad.
Un patito que me daba lo que él ya no.¿Por qué lo dejé si me quería? Gran error. Que fuera medio infantil no era un gran problema, quién no lo es. Mírenme a mí con un pato amarillo en medio de la noche. Tomé el pato con cariño, lo puse en mi pecho, boté unas lágrimas y me quedé dormida. Obviamente, se me olvidaron las pastillas. Cuac.
                                                                                  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Y TÚ QUÉ OPINAS?
ESCRIBEME!!!!!!
REGI